Los lectores beta o cómo salvarle la vida a tu novela12 minutos de tu tiempo
Escribir es un camino solitario.
Cuando devoraba novelas de pequeño, solía fantasear sobre la persona que me había regalado esas palabras, con ese olor a libro que deberían vender como ambientador para casa.
Cerraba los ojos y me imaginaba su estudio, su mesa, con su máquina de escribir, chac, chac, chac, engullendo las hojas, tatuándolas con cada mordisco.
También imaginaba un vaso ancho con algún líquido alcohólico marronáceo, a veces con posavasos, otras veces marcando la madera del escritorio. Algunos fumaban, siempre en pipa, otros no.
Pero siempre, sin excepción, estaban ahí solos. Ellos y su máquina de escribir. Ellos y su historia.
Sí, ya, ya lo sé. También estaban sus personajes.
Pero no es lo mismo.
No me malinterpretéis, adoro a mis personajes. De hecho, desde que terminé de escribir mi primera novela, los echo muchísimo de menos.
Es más, me dio tanta pena despedirme de ellos cuando escribí el punto y final en el epílogo, que decidí escribir una precuela. También una secuela.
Qué puedo decir, siempre he sido fan de las trilogías. Pero esa es otra historia.
El escritor y sus personajes
La realidad del escritor es que los personajes son parte de su ser.
Están vivos en su mente, tan vivos que le atraviesan las yemas para alcanzar el papel, como un mago que atraviesa los ladrillos de King’s Cross para alcanzar el andén nueve y tres cuartos.
Ahí es donde ocurre la magia, en esa electricidad entre las teclas y los dedos.
Esos personajes luchan por sobrevivir, por llegar a las manos de ese salvador que les revivirá cuando abra el libro.
Pero los escritores no siempre se lo ponemos fácil. En otra ocasión os hablaré de la relación del escritor con sus personajes.
Os pido que no nos lo tengáis en cuenta.
Conseguir que las ideas aparezcan en el papel tiene distintos niveles de sufrimiento, desde tumbona en una playa del Caribe hasta tortura medieval con doncella de hierro.
Y es en esos momentos, mientras nos desangramos dentro del sarcófago de hierro, cuando queremos tirar la toalla.
Sí, cuando digo «tirar la toalla» me refiero a tirar el portátil por la ventana, con esa novela nefasta que en ese momento no nos parece digna ni de la letrina de campamento de verano.
En esos momentos a los autores solo nos apetece llorar y ver Friends en bucle para que las risas enlatadas se cachondeen de nosotros.
Aquí es donde entran en juego los lectores beta
Un lector beta o beta reader es alguien de confianza al que le puedes compartir tus textos y que luego te da su opinión.
No quiero entrar en las características que debe tener o no tener un lector beta, como he leído en otros artículos. Creo que lo importante es que sean de distintos perfiles y que depende muchísimo de tu estilo y del género que te guste escribir.
Que alguien que conozcas tenga un curso de corrección ortotipográfica y de estilo o haya escrito ya varias novelas, no le convierte necesariamente en el mejor candidato para convertirse en tu beta reader.
Imagínate que escribes una novela erótica y se la compartes a tu amigo el monje de clausura, que lee mucho, hizo todos los cursos de Cálamo y Cran y tiene más novelas publicadas que Stephen King y Agatha Christie juntos. Lo más probable es que acabes teniendo que confesar tus pecados y con varios Ave Marías y Padre nuestros de deberes.
O quizá no puedas hacer nada para evitar el infierno por corromper a un miembro de la Iglesia.
El caso es que, al igual que no todas las editoriales son compatibles con tus textos, no todos los lectores beta te podrán ayudar.
Porque la única premisa indispensable que tienen que tener tus futuros lectores beta es que les guste el género que escribes. No todo el mundo disfruta de leer el mismo tipo de literatura.
Dicho esto…
Si te ayudan con las faltas y el estilo, mucho mejor
Cuando escribimos es inevitable cometer faltas de ortografía.
Duele, pero es así.
Escribir es hacer malabares con los personajes, la trama, el tono, la gramática, el estilo… Es normal que, después de varias horas escribiendo, le metamos unas cuantas patadas en las costillas al diccionario.
Para eso están los correctores ortotipográficos y de estilo.
Nuestros ángeles de la guardia, que blanden la RAE para protegernos de nuestro mayor enemigo: la errata que consigue escaparse, esa que te atraviesa el corazón cuando la ves en tu novela, recién desempaquetada, cuando todavía estás oliéndola.
También se fijan en el estilo: comprueban que el tono de la novela se mantiene, que la trama tiene sentido, que no hay errores que chirrían.
Así que si tienes la suerte de encontrar lectores beta que disfruten leyendo lo que escribes, y que además sean correctores, habrás metido un gol por la escuadra digno del Balón de Oro.
Por eso me sentí tan afortunado cuando no solo una, sino dos correctoras ortotipográficas me dijeron que querían leer mi novela.
Esa que tantas veces quise tirar a la letrina del campamento de verano.
Y no fueron las únicas que quisieron…
La diversidad es tu amiga
Si quieres hacer un buen estudio de mercado, lo mejor es que tus lectores beta sean diferentes entre ellos.
Pero no lo olvides: el género que escribes tiene que gustarles a todos. Cuanto más fans, mejor. Cuanto más lean, mejor.
Así podrán compararte con los clásicos, los bestsellers, los no tan conocidos, sus favoritos…
Y podrán hacerte comentarios que te sirvan.
No te voy a engañar, a todos nos encanta escuchar un «¡Bua! ¡Me ha encantado tu novela!». Así de fácil es hacernos felices a los escritores (os espero en los comentarios, guiño, guiño).
Pero ese tipo de comentarios no harán que tu novela mejore. Y por mucho que estés enamorado de tu trabajo, siempre se puede mejorar.
Siempre.
Eso no quiere decir que no aceptes los comentarios positivos. Esos comentarios son para disfrutarlos, para cerrar los ojos y dejar que se te deshagan en la boca.
El caso es que también necesitas esos comentarios que meten el dedo en la llaga, esos que duelen y que hacen que te enfades con tu querido lector beta y contigo mismo. No es personal, le sigues queriendo mucho, pero está hablando mal de tu bebé. Y nadie habla mal de tu bebé.
La clave está en el equilibrio
Como para todo en la vida, pero para el feedback de tu novela todavía más.
Como suele decir mi profesora del curso de copywriting, Patricia Suárez:
«Está el Síndrome del impostor y el Síndrome del sobradillo. El truco está en tener suficiente Síndrome del sobradillo para que el Síndrome del impostor no tome el control».
Ese equilibrio del que habla Patricia es muy difícil de conseguir, pero se vuelve más complicado si lo intentas conseguir solo.
Tus lectores beta te pueden ayudar con este equilibrio, dándote una de cal y una de arena. Feedback y feedforward.
Tienen que decirte lo que no les cuadra: esa tilde que te falta o esa hache que te sobra, esa frase de un personaje que les chirría o ese párrafo que les rompió la magia por ser demasiado enrevesado.
Pero también tienen que decirte las frases que les marcaron, los momentos que les hicieron reír o llorar, sus personajes favoritos, sus teorías…
Ahí está el equilibrio.
Ahí es donde a los escritores nos salen chispas por los dedos y sentimos la necesidad de sentarnos a darle a la tecla.
Así le salvaron la vida a mi novela
Sí, en el capítulo 5 de mi novela estuve a punto de abandonarla.
Junto a las otras 3 novelas que tengo en el cajón sin terminar.
Una más.
No eres escritor. Eso me decía. Eres ingeniero, trabajas en Telefónica. Qué narices estás haciendo con tu vida. Quién te crees que eres.
Fue entonces cuando decidí compartirla a mi primera lectora beta. Luego a la siguiente. Y a la siguiente. Y al siguiente…
Ahora mi novela tiene 37 capítulos, prólogo y epílogo.
Y nunca me cansaré de repetirlo: la diferencia entre cumplir y no cumplir mi sueño de la infancia fue que decidí compartirla.
La diferencia fueron mis lectores beta.
Sé que da mucha vergüenza compartir tu trabajo. Hay tantos «y sis». Y si no les gusta. Y si les parece un truño. Y si…
Superar esa vergüenza inicial hizo que mis personajes dejaran de vivir solo en mí para vivir también en mis lectores beta.
Ellos no me dejaron abandonarlos.
Y los debates que nacieron sobre la trama enriquecieron la novela hasta puntos que jamás habría imaginado.
Hay muchas anécdotas que iré contando. Pero hoy quiero contarte 3 trucos que me dieron la vida.
También a mi novela.
1. Estropéale la novela al menos a uno de tus lectores beta
Sí, sé que duele pensarlo pero es superefectivo.
Hazle todos los spoilers que se te ocurran. Cuéntale toda la trama. No te dejes nada.
Esto te permitirá hablar sin tapujos, y le permitirá a tu lector beta aportar ideas o hacer de pared de frontón para que te reboten las tuyas. Entonces las verás con otros ojos.
Uno de los mejores títulos de capítulo de la novela surgió gracias a mi querida Scherezade, a la que llené de spoilers sin piedad.
Sorry not sorry.
2. El coche escoba
Esta técnica solo funciona si compartes tu novela sin haberla terminado.
Algo que cuesta asimilar como escritor es que te tiras años escribiendo 600 páginas, rompiéndote la vida para que las tramas cuadren, que los diálogos sean creíbles, que tus personajes sean tan reales como tu propia familia… y llegan tus lectores y se leen las 600 páginas en una semana.
Maldita relatividad.
Aunque, cuando ya la has terminado, te preocupa menos.
El problema viene cuando compartes algunos capítulos y un día llaman a tu puerta. Son tus lectores beta y quieren más capítulos.
El coche escoba te ha pillado.
No conozco mayor motivación para sentarme a escribir que tener a mis lectores beta hambrientos de más páginas.
Esa motivación se multiplica cuando encima te devuelven sus comentarios capítulo a capítulo. Ya no escribes porque quieres terminar la novela. No. Pasas a escribir porque quieres que tus lectores beta lo lean y te devuelvan sus comentarios, sean buenos o malos. Da igual.
Aunque, lectores beta, recordad aquello del equilibrio.
El coche escoba es una pasada. Pero alcanza niveles insospechados si lo combinas con la técnica de los audios.
3. La técnica de los audios
Esta técnica, patentada por mi gran amiga Eli, consiste en leer el capítulo que el autor le ha enviado a su lector beta y, ojo al dato…
¡Grabar un audio con las impresiones que va teniendo al leerlo!
Os voy a dejar unos segundos para asimilar esto.
Eli recibía el último capítulo, todavía calentito, se sentaba en su casa, móvil en mano, y según iba leyéndolo, iba grabando lo que sentía: si se emocionaba con una escena, si le hacía gracia un comentario, si se guardaba una frase concreta… También lo que no le cuadraba o los fallos que veía.
Todo esto en un audio, escuchando su voz mientras leía mis capítulos.
No hay suficientes tildes en el mundo para acentuar esto.
Era como estar sentado con ella, viéndola reaccionar a mi historia.
Pura magia.
Además, esos audios que me enviaba se ramificaban en más audios en los que debatíamos puntos de la trama. De esos audios salió material muy especial que acabó enriqueciendo también la novela.
Y con los audios llegaba un PDF con erratas corregidas y frases enmarcadas que le gustaron.
Equilibrio.
Qué puedo decir, estoy enamorado de mis lectores beta.
Conclusión: comparte tu novela
No tengas miedo.
Compártela. Sin terminarla.
Tus lectores beta están ahí afuera, esperándote.
Y van a darte un empuje que no encontrarás sentado solo en tu estudio, con el líquido marronáceo en tu vaso y tu pipa en la boca, apagada hace tiempo.
Por supuesto que puedes motivarte tú solo y terminar de escribir tu novela sin ayuda de nadie.
Pero nunca será tan rica como si la hubieras compartido.
Y tú, ¿tienes alguna novela abandonada en algún cajón?
PD: resulta que sí existe el ambientador con olor a libro nuevo. Si es que está todo inventado. Bueno, todo, todo, no. Todavía nos queda mucho por escribir…
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